lunes, 20 de septiembre de 2010

Viernes, Ni brújula ni Norte

          Quién es más "proactivo", aquel que termina su trabajo en las horas que le corresponden o el que se queda hasta mas tarde para impresionar a su jefe. Claramente la respuesta es: el segundo.

La proactividad no se mide en eficiencia ni en reportes. Tampoco se percibe en trabajos realizados y objetivos cumplidos, tablas dinámicas, ppt, xls o SAP. El don de la proactividad es el don de la autoexplotación y la autoexposición.
En un rincón del cuadrilátero, los monos y las gallinas. En el otro, los que brillan. No importa lo que se dice, solo importa cuando y donde se dice.
Por su puesto que el ejemplo del proactivo tiene sus variaciones. Uno de mis colegas, por ejemplo, tiene toda la intención de ser proactivo e intenta destacarse por sobre los demás eligiendo cuidadosamente el lugar y el momento para exponer sus comentarios. Su problema es que siempre elige el peor momento, en el lugar que no le corresponde y, por lo general, dice algo que otra persona acabara de decir en forma mas precisa y efectiva. Este es el tipo autodestructor.
Los verdaderos reyes del proactivismo son quienes logran su cometido durante los primeros 4 meses de trabajo. En estos días desarrollan técnicas de persuasión tan encandilantes que pasarán a la gloria de un momento a otro y podrán dedicarle el resto de los 20 años de trabajo a remitirse a esos momentos de esplendor. Su fama ya está segura. Se tiran de palito seguros de que hay agua.
El proactivo remador es el que, si bien despreciado, da tristeza. Se expone casi a corazón abierto a los actos indignos de la autoexplotación y exprime cada una de sus escasas y pobres ideas al máximo, llevando en todo momento una sensación de inseguridad que le limita el objetivo final. Raramente triunfa, pero es recordado.
Y el último de la lista expositora de hoy es el proactivo empático. El que se siente mucho más que los demás teniendo titulo cero pero mucha, mucha, mucha proactividad. No se cuida de hacer bromas o de reírse a carcajadas cuando la ocasión y el protocolo no lo permiten. Ve a sus amigos como afortunados y a quienes lo ignoran como sus seguidores. Nunca le falta un consejo. ¡Cuanta obsecuencia! ¡Y que pocos méritos!
Otra vez me quedo sin abanderado ni representante. Y sin mérito, por supuesto. No todos somos iguales pero ¿seremos tan distintos?

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