lunes, 9 de abril de 2012

El juego de la silla (creo que esta vez quedé parado)

Con enorme satisfacción les dejo este post enviado por uno de nuestros monos seguidores que, a pesar de ser uno más del fondo del pozo, todavía tiene entusiasmo!


          Una vez más me encuentro con mi jefe en el aeropuerto, esperando el vuelo para la Convención Anual de Nuevas Ideas. Casi no escucho la llamada para embarcar de tanto ruido que él hacía al masticar un par de barras de cereal manoteadas del lounge de la aerolínea. Subo al avión, temeroso de que por una de esas casualidades mi asiento esté al lado del suyo. Pero no, gracias a las fuerzas del universo me toca sentarme al lado de un extraño, y así logro tener un vuelo totalmente normal.
Aterrizamos en Londres a las 7 am. Tomamos un taxi al Hyatt. Somos dos, un hombre vestido con ropa casual y un mamarracho en joguineta con su pasaporte todavía colgado del cuello. Como era de esperar, las habitaciones aun no estaban listas, por lo que fuimos al bar del hotel a tomar un café. Esto último fue simplemente una forma de decir, ya que bastante distancia hay entre un inocente cortado y el huevo frito con puré de ajo que se tragó frente a mi cara de asco a la velocidad de la luz. Ahí fue donde nos encontramos con nuestros pares franceses, que quedaron impactados por la presentación que escucharon de mí “She works in my team, in the sales department”. ¿She? Probablemente hayan pensado que de noche era un travesti, o sino al menos una señora muy fea con voz gruesa, porque durante los siguientes días pude notar cómo me observaban asombrados cada vez que los cruzaba.
Los días se sucedían uno a uno tal como había sido planeado, y tal como había sido en los 5 años anteriores que asistí a esa reunión. Las mismas filminas desgastadas, las mismas palabras y frases que yo ya recitaba de memoria. Los mismos aplausos de compromiso y las risas forzadas como sacadas de una sitcom.
Pero esta vez algo cambió. Alguien se tomó muy en serio eso de generar nuevas ideas, y de un papelito sacado de la urna de las “ideas extremadamente alocadas” se leyó “podríamos mudar las oficinas de telemarketing de todo el mundo a la India y así ahorrar el 75% de lo que hoy pagamos en sueldos”. En ese momento hubo todo tipo de reacciones. Algunos pensaron que eso significaba que serían trasladados a la India, otros se quedaron bloqueados tratando de recordar en qué continente está ubicada esa “ciudad”, y unos pocos sintieron terror de perder sus trabajos. El resultado fue un murmullo general que terminó abruptamente cuando el presidente de la empresa anunció que le parecía una idea estupenda y que ya mismo contratarían a un grupo de asesores externos para que la desarrollaran en su máximo potencial. Quién sabe, tal vez también podrían trasladarse otras áreas de la empresa, lo cual significaría un enorme progreso en el área de eficiencias. Debíamos estar orgullosos, éramos un equipo magnífico (lrecordemos: joguineta comiendo pan con huevo frito) a la hora de generar ideas que le representan ahorros millonarios a la empresa.
Esa noche salimos a cenar con un grupo de personas, todas muy conmocionadas por los acontecimientos recientes. No sé si mi jefe tomó un poco de más o si son los años de compañía, pero de golpe empezó a decir cosas que jamás creí que iba a escuchar de su boca (ni de la boca de nadie, para ser sincero). Es un momento que mezcla la satisfacción de que haya más testigos presenciando la escena con un poco de vergüenza ajena (y propia también porque, si eso es mi jefe, entonces qué seré yo?). Se encargó de decirles a todos los presentes en un inglés horrendo que él me había defraudado. Sí, él me había pasado a ese sector algunos años atrás y ahora resultaba evidente que yo sería el primero a quien iban a echar. Y él, que no es una persona fría y desconsiderada como los ingleses presentes en la mesa, estaba muy afectado y dolido por toda la situación. Se hizo un silencio largo e incómodo. Todos estaban tratando de adaptar esas palabras a otro significado que seguramente no pudo expresar por su falta de vocabulario. Al fin alguien rompió el silencio, iniciando una conversación acerca de lo raros que debían ser los indios, ya que una vez había escuchado que tienen prohibido comer carne de vaca. Volvieron las risas de sitcom y la cena continuó su curso normal, pero ese momento glorioso quedó grabado para siempre en mi memoria.
Al día siguiente volvimos al aeropuerto para regresar a nuestro país. “¿Qué llevás en los bolsillos? Se te va a romper el pantalón” le dije. “Barritas de cereal. Quién sabe, tal vez sean las últimas barritas gratis que coma en mi vida”.

  
Gracias nuevamente a nuestro colaborador... buen trabajo! Pasá por RRHH a buscar tu estrella plateada.

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